23.7.12

"El rostro de la mujer en la historia del arte, un recorrido del siglo XIV al siglo XXI". Exposición Museo San Carlos.


La "pieza" de Margolles en la exposición "El rostro de la mujer en la historia del arte (Un recorrido del siglo XIV al siglo XXI)", en el museo San Carlos, consiste en un cuarto con cuatro maquinitas que producen burbujas de jabón. Olía agradable y un letrero decía que el agua de las burbujas estaba purificada. El sentimiento de fascinación de algo tan sencillo y las burbujas mismas, ¿cómo se relacionan con el rostro de la mujer en la historia del arte? ¿Será que las mujeres somos como burbujas y nos rompemos cuando nos tocan, o cuando pasa el tiempo? Tal vez las burbujas deben verse como espejos, como varios de los que había en la exposición, que tal vez están ahí porque todos tenemos rostros de mujer... ¿o un lado femenino?
Claramente tengo problemas para entender esta obra en el contexto de la exposición. El nombre de la obra de Margolles es "En el aire" y después de leerlo pienso que esta artista, muy en la línea de su trabajo, a lo mejor piensa que los muertos están en el aire. ¿O será que a Margolles la invitaron simplemente porque tiene rostro de mujer? Averiguando en la red leo que la primera vez que se instaló esta pieza se decía que el jabón de las burbujas estaba hecho con el jabón que lavan los muertos en la morgue. ¡Por eso la advertencia por la purificación del agua! Ya lo tengo: el rostro de la mujer es el de la mujer muerta. Pero… ¿sólo hay muertas en México? o ¿las muertas nos tienen que decir algo? No tengo argumentos para criticar el hecho de que se toca el tema de los muertos... ¡con burbujas!  

La verdad es que mi intensión no es criticar la obra de Margolles, que la encontré divertida y rebelde como una mujer que llega disfrazada de muerta a una fiesta de gala. Entiendo que la mujer en la pintura es un constructo de hombres y que eso nos moleste. Hay algo de injusto en esa historia del cuerpo femenino en el arte. Ellos nos pintaron y se llevaron la gloria. Si se trata de temas de injusticia es menos injusto y menos relevante que los feminicidios, claro, pero, ¿por eso vamos a dejar de intentar pintar rostros femeninos? ¿Acaso no hay pintores o pintoras en México que pinten el rostro de la mujer, bien viva y sin maltratos, en la actualidad? 
Creo que el museo San Carlos podría haber hecho un mejor esfuerzo y ser más consecuente con el tema del rostro de la mujer en el arte, que es un buen tema entre otras cosas, para analizar el desarrollo de la mujer. Rescatando uno de los textos de la exposición, que decía que sólo existieron cuatro subtemas cuando se trataba del rostro de las mujeres en el arte: lo divino, la sensualidad, lo cotidiano y lo alegórico, entonces, ¿qué tiene que hacer el telar de Marta Palau en esta exposición? Si las alternativas de nuestra imagen en la pintura son las vírgenes o las desvergonzadas, las madres o las ideas en el aire, el museo responde con telares. No me malentiendan: un telar me puede transportar al sur del mundo y hacer oler un bosque virgen y perfumado.
Voy a hacer caso omiso de lo irrazonable del diálogo que se pretende en esta exposición al presentar pintura decimonónica de rostros femeninos junto a instalaciones conceptuales, o dicho de otro modo, pintores europeos al lado de artistas mexicanas, las cuales, más que tratar el tema del rostro pareciera que están ahí porque son mujeres. La buena idea, a la que trataré de hacer justicia y que no se llevó a cabo por la curaduría, es proponer ejemplos del rostro de la mujer, en México en la actualidad, para ver si podemos concluir cosas interesantes sobre las mujeres en la historia y en el arte.

Mónica Castillo, Autorretrato como cualquiera, 1996-1997, óleo sobre tela, 80x70com

Un rostro posible para esta exposición es el de Mónica Castillo, el autorretrato con la cara borrosa, que sugiere importantes preguntas sobre nuestra identidad como mujeres: ¿Quiénes somos y en qué medida nuestra imagen es identidad personal? o ¿cuánto de ella es impersonal? Lo genérico se representa como desfiguración, el rostro no es otra cosa que género femenino. El reconocimiento personal se desdibuja y da paso al reconocimiento de que somos como cualquier otra. Surgen ideas de empatía o hermandad entre mujeres, lo que es poco común en la cultura mexicana. Por otro lado podemos interpretar algo menos bonito: lo incógnito de nuestras vidas, el anonimato de nuestros quehaceres o la falta de autoestima de una artista, si lo comparamos con los autorretratos de pintores que incluyen sus rostros de manera reconocible, como los autorretratos de Frida, por ejemplo, quien como ninguna otra afirmaba su identidad en su interesante rostro, aunque sin dejar de representar sus propias dudas al respecto, como es el caso del autorretrato con la cabeza rapada.


Una diferencia notable entre el autorretrato femenino y el masculino tiene que ver con el sentido de identidad y su relación con la belleza, a lo cual Frida agrega no sin dolor, la relación entre belleza y amor: "Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás pelona, ya no te quiero".
Como pintoras, tenemos que resolver los aspectos plásticos relativos a la imagen de la mujer que en la historia del arte fueron tratados por hombres, y es entendible que busquemos otros medios menos hegemónicos para investigar. Pero para responder la pregunta sobre si hemos avanzado algo en la representación de la mujer en América latina en cuanto a los valores estéticos impuestos por pintores europeos, ni la obra de Margolles ni la de Palau, tocan el tema en cuestión: ¿cómo es la imagen de una mujer en la actualidad, en México? 

Daniel Lezama, Ofrenda en la casa del adivino, 2011, óleo/lino, 170x135

Daniel Lezama, tiene una idea fantástica de la mujer mexicana, pero es fantástica solamente por su entorno ya que su cuerpo es el de la mujer mexicana común, la que tiene rasgos indígenas, la que acarrea en su sangre la historia de los pueblos originarios. No es la blanca de alcurnia decimonónica, ni la diva, ni la divina. Como el autorretrato de Castillo, este rostro de mujer no tiene clase ni posición pero su piel es color canela: la más común de estas tierras. La paleta de Lezama, comprometida con la raza mestiza, la pinta con su técnica europea no para promover estéticas elitistas sino al revés: para instalar el color más común de la piel mexicana en el lugar privilegiado que es la tela de un cuadro al óleo. Al situar este retrato de una mujer “cualquiera” en un paisaje imaginario, no cotidiano, su figura se yergue con la nobleza de quien tiene la tarea de conciliar grandes fuerzas antagónicas: el pasado y el presente, lo humano y lo divino, la naturaleza y la tecnología.

Dentro del tema histórico, pero desde la perspectiva femenina, no pueden quedar afuera Carmen Chami ni Sandra del Pilar, que con sus autorretratos como heroínas y jugando el juego de los roles, se apropian de la fama y reconocimiento de valerosas mujeres que dieron la lucha revolucionaria al lado de los hombres.

Carmen Chami, Marcos Serratos como pretexto, 2009, óleo sobre tela, 120x120

Carmen Chami, Leona Vicario como pretexto, 2012, óleo sobre tela, 120x120
Sandra del Pilar, Vestida de Adelita en el Bahnhofshotel” en Viena, Austria, 2008, óleo/tela, 150x200

Estas referencias a heroínas del pasado se pueden interpretar como una referencia a la relación entre género y poder. Las luchas en las que participaron estas revolucionarias referidas en estas obras, son luchas sangrientas, con las armas y los argumentos que ahora nos acosan como una mala idea que se salió de las manos: quitarle la vida al que no piensa como nosotros, establecer límites territoriales que luego serán muros de muerte. ¿Cómo es el rostro de la mujer frente a esta historia de sangre? Estas artistas no sólo están haciendo un rostro de mujer, sino que están abriendo preguntas sobre la historia del poder.

Sandra del Pilar, ¿Cómo mueren las muertas de Juárez?, 2011, óleo/tela, díptico, 150x200

La relación entre mujer y espiritualidad, en cambio, es mucho menos común en la pintura contemporánea. Las nuevas representaciones de las vírgenes de la era moderna se han vuelto caricaturas en colores pasteles para colgarse como dijes y pulseras con ruegos para adelgazar y ser feliz. Acercarse a este tema que dominó la pintura por siglos no es nada fácil. La artista Betsabée Romero, invitada con la muestra "Mujeres Coronadas" hace un intento respetuoso al comentar las pinturas decimonónicas de las monjas coronadas que se muestran en la exposición. Si los retratos decimonónicos de las monjas son mujeres sin personalidad, o si la vida en el convento es o no una vida de mueble de jardín, éstas son las consideraciones en las cuales se basa Romero para construir una obra sobre la mujer religiosa de esa época: una mujer enterrada. El problema de esta propuesta de instalación es que no representa una alternativa de rostro de la mujer contemporánea. Es más bien una muestra de una artista contemporánea satirizando la vida de una mujer que ya no es representativa de la sociedad mexicana. Si es una metáfora para los encierros modernos, me encantaría ver más atrevimiento para nombrarlos y satirizarlos.

Betsabée Romero, Mujeres coronadas, 2012
 
Actualmente todos los museos del mundo están en la línea de incorporar el arte VIP (video, instalación, performance) favoreciendo comentarios sobre el arte, y no precisamente maestría pictórica. Se entiende que el museo no pueda con esta tendencia mundial, pero las consecuencias están a la vista: por un lado la muestra de arte contemporáneo elegida por el museo para acompañar a grandes maestros decimonónicos no se ve favorecida (tal vez la obra de Romero que se destruyó se vuelva a instalar) y por otro, no es posible establecer conclusiones comparativas, ni diálogo, ni reflexión sobre el tema propuesto, más allá de ver el arte contemporáneo como un gesto de desprecio y desentendimiento de los grandes temas del arte. Para no cementar esa conclusión es que hago esta crítica al museo por esta falta de profundidad al planear esta exposición.

Amanda Sage, Ana-suromai, 2012, mixta.


20.7.12

Arte Urbano - Proyecto Rotoplas




El arte contemporáneo ha logrado conservar el halo de misterio del que siempre quiere desprenderse. Por medio de la proliferación constante de discursos, su heterogeneidad aumenta como un virus mutante y así al principio del siglo XXI, nos seguimos preguntando: ¿qué es el arte?
La incomodidad con toda esta heterogeneidad es comparable a lo que le pasa a Augé con lo que él llama “la experiencia de no-lugar”[1]. Y es que la percepción de la aceleración de la historia que se explica con el exceso de avances tecnológicos; y la experiencia del achicamiento del planeta que no es otra cosa que el exceso de transporte e información; son asuntos que en los países desarrollados se han vuelto abrumadores. A este extrañamiento es a lo que Augé apunta y es por medio de nombrar esta experiencia del que ha vivido un cambio radical en la experiencia de habitar, de vivir en el mundo, es que quiere “recuperar el suelo” de su experiencia pasada.
En otra escala, es similar a lo que experimentan turistas o migrantes que habiendo vivido gran parte de su vida en una cultura homogénea en cuanto a idioma, colores de piel, comidas y costumbres sociales, se trasladan a otro donde todo eso es distinto y entonces concluyen que lo nuevo es una experiencia mala e incluso maligna, solamente porque les es extraña.
El mundo del arte sigue cambiando, se repuebla de formas y actividades extrañas, es un tránsito imparable y abrumador[2], y se perpetúa igual que lo hacía cuando sólo constaba de artefactos que causaban maravilla y asombro, solo que esta vez no lo hace en calidad de objeto sino en calidad de fenómeno, de acontecimiento institucionalizado incorporado al sistema.
A pesar de los intentos de EXPANDIRSE[3] (el campo expandido se genera problematizando la serie de oposiciones entre las que se encuentra la categoría modernista de escultura), DESACRALIZARSE[4] (a partir de la matanza de Tlatelolco la rabia y desconfianza se dirige hacia la desacralización del objeto artístico y del artista y hacia los sistemas de distribución y comercialización, es decir, las galerías, concursos, apoyos oficiales); POLARIZARSE y hasta DESMATERIALIZARSE[5] (por un lado está la recuperación del objeto tradicional: arte povera, procesual, ecológico o land art, y por otro la desmaterialización del objeto por medio del arte conceptual); en un mundo regido por leyes financieras, el arte no tiene problemas en volverse utilitario y MERCANTILIZARSE[6] como nunca en su historia, y así seguir existiendo.

El que nos sigamos preguntando ¿qué es el arte?, es un aliciente para concluir que sigue siendo un espacio abierto, con caminos desconocidos por explorar,  un lugar de descubrimiento para el ser humano, de la misma manera que lo sigue siendo la literatura y la ciencia. Y hay de dos sopas para los artistas: pueden replegarse o, unirse al fenómeno. ¿Qué implicaría esta unión? Esto dice Anthony Julius respecto de las consecuencias del fenómeno posmoderno: “El mundo artístico de hoy circula una pluralidad de estética, una multiplicidad de prácticas artísticas. Aunque algunas son más fértiles y crean más obras nuevas que otras, ninguna tiene prioridad reconocida sobre las demás. No existen principios acordados con los que se puedan crear y juzgar obras de arte; no existe una estética aglutinante en la que puedan refugiarse las obras y su público. Esto es una consecuencia, en parte, de la propia estética transgresora. Es, en cierto sentido, tanto una estética como una antiestética.”[7]  Unirse al fenómeno, entonces, implica entrar en un campo expandido de la belleza que también puede verse como el campo relativizado de la belleza.

A partir de los preceptos del arte contemporáneo que voy a resumir en pocas palabras como el deseo de comentar o ironizar, en un objeto liberado de disciplina y más parecido a un gesto que teje un vínculo entre arte y vida cotidiana, es que propongo el Proyecto Rotoplas, del que anexo dos proyectos de obras como comienzo de un trabajo escultórico donde la escultura está pensada como recipiente, retomando a Gabriel Orozco, donde el tinaco de agua de las azoteas de la ciudad es lienzo que establece un diálogo con los que ven estos objetos a diario desde sus hogares. Así queda “trastocada” esta imposición visual que son los recipientes de agua en la ciudad, que son también analogía con la pintura tradicional que se impone y quiere “convencer de algo”. El objeto no se sitúa en una galería, ni bienal ni espacio cultural, sino que se inscribe en el espacio urbano. Este proyecto sería mercantilizable y por tanto legitimizable como arte, según Peraza Josu Iturbe. Esto se podría llevar a cabo por una vía de conjunción entre programas municipales de fomento al arte y participación empresarial.
En la línea de Betsabée Romero quien en su trabajo se refiere a la cultura mexicana y a los roles que las mujeres juegan en la creación de objetos “folklóricos”, es que se sitúa el proyecto “Tinacos bordados” (ver anexo). La idea es transformar, como lo hace Romero con los neumáticos, estos artículos tan carentes de diseño que son los tinacos, en piezas artísticas, en el marco de la disolución de la diferencia entre arte culto e inculto (high and low art).
El proyecto “Tinaco Vader” (ver anexo) es una propuesta visual un poco más compleja, que juega e ironiza el arte contemporáneo actual, desde un elemento prefabricado e industrial, intervenido y descontextualizado con una referencia a la cultura popular del cine, en este caso la figura de Darth Vader. La intervención consiste en aludir al lado oscuro del arte contemporáneo sin caer en dramatismos sino recurriendo al humor como forma de comentario sobre la situación del arte contemporáneo de México. Hay una connotación a la muerte, como una plaga, que se extiende por la ciudad que es una analogía a la situación de la violencia y reino del terror que se cierne sobre los mexicanos, junto con ser una analogía también a la invasión de la cultura americana del entretenimiento que está asfixiando al cine mexicano.
El proyecto Rotoplas se puede llevar a cabo como un happening, o actividad cultural al aire libre, realizado por jóvenes del barrio elegido y patrocinado por “corporaciones mexicanas que tengan inquietud e interés en relación con el patrimonio cultural, la creación artística contemporánea y el entorno público urbano”, las cuales, tal cual lo explica  Osvaldo Sánchez[8], “aún no han cuajado como parte de un programa filantrópico claro con objetivos sociales” en México.

Para articular mi ambigüedad frente a este proyecto Rotoplas, y dejarlo abierto a discusión, presento aquí otros argumentos sobre este proyecto:

Final 1: El proyecto Rotoplas es arte ficción, es decir, es una fantasía que podría ser posible en un futuro cuando las políticas públicas de este país incorporen la noción de que el arte urbano trae beneficios a la población. Idealmente este proyecto surgiría a partir de una especie de multa imputable a las empresas que lucran a costa del deterioro o contaminación visual del paisaje urbano, como los son Rotoplas o Dish, y pagable en especia artística. Estas empresas se verían obligadas a crear una solución plástica a sus productos que aporte al horizonte urbano, y que sería aprobada o rechazada por un comité municipal de arte urbano. Y es que en un mundo así de fantástico existirían regulaciones a la contaminación del horizonte urbano por los que no son dueños de las propiedades en donde se instalan.
El proyecto Rotoplas se inscribe dentro de una definición del arte que no hace distingos entre high art y low art, o entre arte de galerías y bienales, y arte de la calle y es por ello que también puede estar financiado directamente por el Estado desde sus presupuestos para el arte.

Final 2: El proyecto Rotoplas no es arte de ningún tipo, es una propuesta de solución a problemas sociales como es la descomposición del tejido social, que se ve reflejado en conductas individualistas y desinterés por el entorno en que vivimos. El proyecto acoge la necesidad de creación de territorios por parte de los jóvenes que se sienten excluidos de un sistema que no les brinda espacio para sus actividades de juego y competencia. Agruparse, diferenciarse y echar retas es propio de la juventud y los tinacos pueden representar un campo de batalla, liberando los muros de la calle, para la expresión de los jóvenes. El proyecto estaría financiado por presupuestos avocados al desarrollo social y a la prevención de delincuencia en personas en situación de riesgo. El hecho de que los trabajos sobre los tinacos sean trabajos plásticos no significa que puedan ser catalogados de arte o considerados como tal.

Final 3: El proyecto Rotoplas es una amalgama entre producción artística y trabajo social en un contexto en que tratar de distinguir o considerar por separado estos dos quehaceres es contribuyente a la desintegración social actual. Las especializaciones establecidas según instituciones como la academia o el gobierno, la separación entre actividad artística y vida social, de la manera que sea, por la razones que sean, es algo que se puede seguir haciendo hasta el cansancio en ciertos círculos en que el dinero abunda para entretener todo tipo de excentricidades. Relacionar arte y exclusividad, arte y priviliegio es la prerrogativa de un grupo elite. Quién no quiere ser un artista "descubierto", todos queremos una beca de un grupo millonario. 


[1] Marc Augé, Los no lugares, Espacios del anonimato Gedisa, Barcelona, 1992
[2] Jorge Alberto Manrique, Arte y artistas mexicanos del siglo XX, Conaculta, México, 2000, p.71.
[3] Rosalind Krauss, La Escultura en el campo expandido, ensayo que aparece en Foster Hal, La Posmodernidad, Barcelons Kairós, 1985: El escrito se publicó inicialmente en October 8, 1979.
[4]Itzel Vargas, Disertaciones sobre el sentido de la práctica escultórica, Del geometrismo a los discursos actuales. Escultura Mexicana, de la Academia a la Instalación, México, Conaculta-INBA, 2001, pp 339-352.
[5] Idem
[6] Miguel Peraza Josu Iturbe, El arte del mercado en arte, Porrúa, México, 2008
[7] Anthony Julius, Transgresiones, El arte como provocación, 2002, Destino, Madrid, pp.11-12.
[8] Osvaldo Sánchez, Hablando en plata. El arte como inversión (Landucci Editores)